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El rol de la antropología y la ciencia social en la energía chilena

En el contexto de una sociedad cada vez más consciente de los desafíos ambientales y energéticos, la pobreza energética emerge como un tema crucial que requiere una comprensión profunda y soluciones innovadoras. En Chile, este desafío se aborda desde múltiples perspectivas científicas, y la antropología emerge como una herramienta invaluable para entender las complejas interacciones entre las comunidades, las políticas públicas y el entorno energético.

Catalina Amigo, destacada antropóloga social, actualmente candidata a Dra. En Territorio, espacio y sociedad de la Universidad de Chilede, ha estado en la vanguardia de esta investigación. Su trabajo actualmente se centra en comprender procesos de interfaz entre el conocimiento científico y las políticas públicas, por ejemplo, en temáticas como la contaminación del aire y la adaptación a riesgos climáticos. En estos ámbitos, observa cómo la cultura puede operar como una barrera para procesos de cambio que son tan necesarios para reducir los impactos negativos de problemas ambientales como la contaminación del aire o el cambio climático. Amigo ha explorado cómo la antropología puede aportar a estos desafíos, vinculando el trabajo científico de diferentes disciplinas, las comunidades y las políticas públicas en la búsqueda de soluciones sostenibles.

La joven investigadora comenzó su viaje en la antropología motivada por una profunda curiosidad por la diversidad de las acciones humanas en el mundo. Esta disciplina, con su flexibilidad para abordar una amplia gama de temas, desde la religión hasta la alimentación y la ciencia, proporcionó el marco perfecto para explorar cómo las personas se relacionan con diversos fenómenos y cómo estas relaciones pueden impulsar o retrasar transformaciones.

Su interés comenzó centrado en el estudio de cómo las personas se vinculan con los territorios donde habitan, lo que la llevó a comprender los problemas ambientales desde una perspectiva cultural. En particular, investigó la pobreza energética, analizando cómo los hogares en el sur de Chile se relacionan con las energías que utilizan en su vida diaria. Su trabajo en Coyhaique reveló las complejas barreras culturales que dificultan el cambio hacia fuentes de energía más limpias asociadas, al fuerte arraigo cultural, al calor de la leña como combustible de calefacción y a la multifuncionalidad de la cocina a leña, que permite significativos ahorros en los hogares más vulnerables.

“La cultura como variable explica muchas de las cosas que nosotros hacemos, cómo nosotros pensamos, el cómo nos motivamos o como nos involucramos en ciertos contextos y con ciertas personas. El poner atención a esta variable, además de ser entretenido porque te enfrentas a un mundo de diversidad, ayuda mucho a entender el cómo ir gatillando y generando transformaciones que tengan sentido para las personas.”

“Uno muchas veces cuando piensa en la energía lo ve como algo casi imperceptible, pero la energía está detrás de muchas de las cosas que hacemos. Empecé a tratar de entender, a partir del problema de la contaminación atmosférica en las ciudades del sur del país, cuáles son los aspectos culturales que operan como barreras, dificultando el cambio de la leña hacia otros combustibles. Hay un arraigo cultural qué es muy profundo, profundo, sumado a una situación de pobreza energética de base, que hace que las iniciativas que intentan cambiar estos hábitos fallen.”

Al unirse al Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), Catalina experimentó un enfoque interdisciplinario más amplio para abordar la pobreza energética y la contaminación atmosférica. Trabajando en equipo, comprendió la necesidad de coordinar las distintas perspectivas de las diversas disciplinas para construir soluciones holísticas y efectivas, en donde la antropología también podía aportar.

“Me di cuenta de que la contaminación del aire era un problema para otras disciplinas de una manera muy distinta a como yo lo veía. Algunos observaban las simulaciones climáticas, otros colegas las decisiones económicas, otros las normativas y procesos de participación ciudadana, viendo qué es lo que hace el Estado para responder. Para mí era un problema cotidiano de cómo las personas gestionan y usan la energía en sus casas. Fue muy interesante y enriquecedora la experiencia de trabajar en ese equipo, tratando de construir una mirada que fuese más compleja y que tuvieses todas esas dimensiones, de alguna manera, articuladas entre sí. 

Su compromiso con la interdisciplinariedad la llevó a cofundar el Núcleo de Estudios Sistémicos Transdisciplinarios NEST-r3, un espacio dedicado a la formación de estudiantes en enfoques sistémicos y transdisciplinarios para abordar desafíos complejos de la sociedad contemporánea, como el cambio climático y la pobreza energética.

“Hay muy pocos espacios para formarse de manera interdisciplinaria y transdisciplinaria en la universidad. Por eso empezamos a generar este espacio donde pudiéramos convocar a estudiantes de distintas disciplinas para que comenzaran a adquirir estas habilidades y este tipo de reflexiones de manera mucho más temprana.”

Hoy en día, Catalina se enfoca en la adaptación al cambio climático a nivel local. Entre sus trabajos, actualmente participa en el co diseño del Instituto Tecnológico Público para enfrentar la triple crisis climática, ecológica y de contaminación que enfrenta Chile, en colaboración con UNTEC. Para la investigadora es importante reconocer la importancia de comprender las diversas perspectivas presentes en la sociedad, desde la ciencia hasta la economía, la política, el arte, entre tantas otras, para así generar una coordinación efectiva orientada a la acción climática que nos permita avanzar a sociedades más justas.

En un mundo donde la ciencia a menudo choca con barreras de percepción y comprensión, la antropología social, de la mano de Catalina y su trabajo, pretenden construir puentes entre disciplinas y comunidades, tejiendo soluciones desde la diversidad cultural.

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