La región de Magallanes, ubicada en el extremo austral de Chile, se enfrenta a desafíos significativos en su esfuerzo por alcanzar la soberanía y seguridad alimentaria. Aislada geográficamente, esta región depende en gran medida del transporte terrestre de alimentos desde el resto del país y Argentina, lo que la hace vulnerable a cualquier interrupción en la cadena de suministros.
El clima extremo de Magallanes, caracterizado por vientos fuertes y temperaturas bajas, presenta retos adicionales para la actividad agrícola y ganadera. Estas condiciones limitan la posibilidad de cultivar y producir alimentos de manera sostenible durante todo el año. Según Iris Lobos, Directora Nacional de INIA (Instituto de Investigaciones Agropecuarias), «el viento es uno de los principales obstáculos para la agricultura en la región. Por lo tanto, es necesario avanzar en la innovación de variedades y en la inversión en invernaderos que puedan resistir estas condiciones extremas». Este enfoque permitiría no solo mejorar la resistencia de los cultivos, sino también asegurar un suministro constante de alimentos frescos para la población local.
Para enfrentar estos desafíos, INIA ha centrado sus esfuerzos en la región a través de su Centro Regional Kampenaike, que ha jugado un papel crucial en el fortalecimiento de la producción agrícola y ganadera en Magallanes. «Estamos enfocados en colaborar para la construcción de un sector productivo sostenible y resiliente a los efectos del cambio climático que ya estamos presenciando», explica Lobos. Uno de los éxitos más destacados del INIA en la región ha sido el aumento significativo en la producción de papa, un cultivo clave para la seguridad alimentaria local. Este logro se ha alcanzado gracias a la estrecha colaboración con los agricultores locales y al apoyo del Gobierno Regional (GORE).
INIA ha impulsado el desarrollo de la ganadería ovina y bovina en Magallanes, con un enfoque particular en la producción ovina, que representa el 50% de la producción nacional. «Fortalecer la ganadería local es esencial para la economía de la región y para asegurar un suministro constante de carne para la población», señala Lobos. Este trabajo ha sido acompañado por iniciativas para impulsar el desarrollo de alimentos de origen vegetal a partir de frutos característicos de la zona, como el calafate, y la promoción de prácticas agroecológicas que buscan construir ecosistemas productivos más sostenibles y resilientes.
La colaboración entre INIA y los productores locales es un aspecto fundamental de la estrategia para enfrentar los desafíos agropecuarios en Magallanes. «INIA colabora estrechamente con los productores locales a través de capacitaciones, talleres, charlas y proyectos de investigación aplicada», comenta Lobos. Estas iniciativas no solo buscan mejorar la producción, sino también transferir conocimientos y tecnologías avanzadas a los agricultores, permitiéndoles adaptarse mejor a las condiciones locales y enfrentar los desafíos que presenta el cambio climático.
El futuro de la producción agrícola y ganadera en Magallanes está lleno de oportunidades, aunque también de retos. «Esperamos que con el tiempo INIA Kampenaike siga creciendo y abriendo líneas de investigación nuevas y acordes a las necesidades del sector local», anticipa Lobos. Entre las áreas de investigación que se están explorando, se incluyen el desarrollo de productos con valor agregado a partir de cultivos nativos, la creación de prototipos de suplementos alimenticios para la población que habita la Antártica, y la adaptación del forraje a las condiciones extremas de la región para mejorar la alimentación del ganado.
Una estrategia prometedora para el futuro de la agricultura en Magallanes es la integración con otras industrias emergentes en la región, como el desarrollo del hidrógeno verde. «El desarrollo del hidrógeno verde puede ser un gran impulso para la utilización de energía renovable en la agricultura, lo que también podría reducir los costos para los agricultores», explica Lobos. Esta sinergia entre sectores podría potenciar el desarrollo agroalimentario local y permitir la implementación de modelos sostenibles de producción que se ajusten a las necesidades específicas de la región.
A largo plazo, el INIA ve a Magallanes como un referente en tecnología e innovación agropecuaria, no solo para Chile, sino también para otras regiones del mundo que enfrentan condiciones climáticas similares. «Magallanes, si bien se sitúa al fin del mundo, es un lugar donde la tecnología y la innovación agropecuaria pueden aportar mucho al desarrollo», afirma Lobos. La región tiene el potencial de convertirse en un laboratorio natural para el desarrollo de prácticas agrícolas innovadoras que puedan ser replicadas en otros lugares con condiciones extremas, contribuyendo así al avance global en la lucha contra el cambio climático y la seguridad alimentaria.