La formación en ingeniería debe enfocarse en proyectos aplicados, integrar nuevas tecnologías como la inteligencia artificial y fortalecer la colaboración entre universidades, gobiernos y comunidades. Este enfoque permitirá liderar los avances necesarios para un desarrollo sostenible.
Chile ha dependido históricamente de la ingeniería para impulsar sectores clave como la minería y la energía. No obstante, los tiempos actuales exigen una evolución hacia áreas más dinámicas como la transición energética, la gestión hídrica y la inteligencia artificial. Viviana Meruane, Directora Académica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, subraya que este cambio debe ir acompañado de una formación práctica que prepare a los estudiantes para liderar soluciones innovadoras y enfrentar los desafíos técnicos, sociales y ambientales del siglo XXI.
“El desarrollo de la ingeniería en Chile ha sido significativo, consolidándose como un pilar en sectores tradicionales como minería, energía y gestión del agua. Sin embargo, el futuro exige diversificar su impacto hacia áreas emergentes, como la sostenibilidad, la innovación tecnológica y la adaptación frente a los efectos del cambio climático”, explica Meruane. Este llamado a la diversificación plantea una oportunidad única para que la ingeniería se convierta en un motor de transformación social y ambiental.
Entre las áreas con mayor potencial, Meruane destaca la gestión hídrica mediante soluciones tecnológicas como la reutilización y desalación del agua, la transición energética a través del desarrollo de energías renovables y el almacenamiento, además de la economía circular. “La inteligencia artificial tendrá un papel transformador en la ingeniería al facilitar soluciones más precisas y adaptativas, desde mantenimiento predictivo y optimización de procesos hasta el diseño de sistemas complejos. Estas herramientas no solo mejorarán la eficiencia, sino que también contribuirán a una gestión más sostenible de los recursos”, explica.
El futuro de la disciplina también depende de un cambio estructural en la educación de los ingenieros. “La formación en ingeniería debe fomentar la capacidad de resolver problemas reales. Esto requiere un enfoque en proyectos aplicados que conecten a los estudiantes con la industria, comunidades, gobiernos locales y organizaciones de la sociedad civil. De esta manera, los estudiantes comprenden el impacto social y ambiental de sus soluciones y aprenden a diseñarlas desde un punto de vista integral”, afirma Meruane.
Además, la experta subraya la importancia de modernizar los programas educativos. “Los avances tecnológicos están ocurriendo a un ritmo más rápido que nuestra capacidad educativa para integrarlos. Es fundamental que los programas de ingeniería se actualicen constantemente, incorporen herramientas emergentes y adopten metodologías que vinculen teoría y práctica. Esto permitirá que los futuros ingenieros no solo respondan a los cambios, sino que también los lideren”, enfatiza.
Meruane también recalca la necesidad de alianzas estratégicas para avanzar en estas transformaciones. “La colaboración entre universidades, gobiernos y empresas es crucial para desarrollar aplicaciones prácticas de investigación y tecnología. Estos esfuerzos conjuntos pueden acelerar el desarrollo de soluciones innovadoras que respondan a las necesidades de la sociedad y del entorno”.