- A pesar de ser la principal puerta de entrada al continente blanco, Chile desaprovecha su rol estratégico en ciencia, logística y cooperación internacional. Es urgente educar, innovar y actuar para proteger este ecosistema clave para la estabilidad global.
Chile es un país con más de 4.000 kilómetros de costa, un desierto que es el más árido del planeta, montañas imponentes y bosques que se enorgullece de conservar. Sin embargo, hay una dimensión que sigue siendo invisible para la mayoría: Chile es también un país antártico. A solo 1.000 kilómetros del continente blanco, Punta Arenas es la puerta de entrada a la Antártica para más de 22 países que realizan investigación científica. Aún así, el país no ha sabido capitalizar esta posición privilegiada para liderar en áreas como la ciencia, la logística, la educación y la cultura antártica.
La Antártica es mucho más que hielo y paisajes remotos. Es un regulador climático esencial: absorbe la mitad del CO2 emitido por la humanidad y dos tercios del calor generado por las actividades humanas. Sin la Antártica, el nivel del mar subiría más de 50 metros, sumergiendo ciudades enteras. Las corrientes marinas que permiten la pesca, el clima que rige los desiertos chilenos y hasta la biodiversidad de nuestros bosques tienen una conexión directa con el continente helado. El destino de la Antártica es, en última instancia, el destino de todos.
En este contexto, Edgardo Vega Artigues, doctor en ciencias biológicas, cofundador y director ejecutivo de la Fundación Antártica21, alerta sobre una oportunidad histórica que Chile está perdiendo: “Tenemos un potencial gigante. Más de la mitad de la ciencia mundial que se hace en la Antártica pasa por Chile, pero estamos capturando solo una pequeña parte de ese mercado. Falta visión, falta educación y falta entender que somos un país antártico”.
Vega detalla cómo la empresa se llama Antarctica21, la empresa de capitales magallánicos, pionera en turismo antártico, abrió un camino inédito al ofrecer aerocruceros desde Punta Arenas hacia la Antártica, modelo que hoy imitan compañías internacionales. La empresa, nacida hace 21 años, financia parte de la Fundación Antártica21, un proyecto que impulsa educación, cultura, ciencia, observación y cooperación. “La Antártica no es un territorio lejano. Es como el corazón del planeta: late, regula y sostiene la vida en la Tierra. Pero nadie cuida el corazón porque no se ve. Nos preocupamos por la apariencia, por lo urgente, y olvidamos lo esencial. Ese es el problema”, reflexiona Vega.
El científico destaca que la mayor amenaza para la Antártica no es el turismo, sino el impacto global del cambio climático, la contaminación y las emisiones de carbono: “El 99% de los impactos en la Antártica no tienen que ver con la presencia de turistas o científicos, sino con lo que hacemos en el resto del mundo. El turismo es una actividad regulada, y está muy bien que así sea. Incluso se debe evaluar con datos científicos como minimizar esos impactos. Sin embargo, sería una ilusión, un error, pensar que por aumentar las regulaciones al turismo o incluso limitar el número de visitantes, los efectos sobre la antártica se van a terminar. La gran batalla es reducir nuestras emisiones, cambiar nuestros estilos de vida y proteger este ecosistema que nos sostiene a todos”.
Sobre el Tratado Antártico y la preocupación que genera el año 2048, cuando se revisará el Protocolo de Protección Ambiental, Vega aclara: “No es que se acabe el tratado, el 2048 es solo una fecha para revisar. Cualquier cambio debe ser aprobado por consenso de los 29 países consultivos. Si uno se opone, no hay cambio. Chile tiene el derecho y el deber de impulsar una política antártica activa: aprovechar nuestras ventajas logísticas, apoyar la ciencia, desarrollar turismo sostenible y fortalecer la educación. Pero no debemos perder el foco: proteger la Antártica es proteger el futuro de la humanidad. Es necesario que toda la humanidad se comprometa proteger la antártica. no sólo quienes la visitan cada año.”.
En un país donde la educación antártica es escasa y la conciencia sobre la interdependencia global es débil, Vega insiste en la urgencia de enseñar: “Chile tiene una historia, una geografía y una responsabilidad antártica. Somos parte de ese ecosistema. Si no lo entendemos, no podremos protegerlo”.
