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El rol estratégico de Chile en la Antártica 

  • La Antártica es un espacio clave para la estabilidad climática del planeta, un laboratorio natural para la ciencia y, sobre todo, un tablero geopolítico donde las grandes potencias —y también Chile— juegan sus cartas. Desde los años 50, Chile ha tejido una red de presencia en la región: bases científicas, acuerdos internacionales, rutas logísticas desde Punta Arenas y Puerto Williams, y una diplomacia activa en los foros globales que regulan el continente. Sin embargo, frente a la presión por recursos, el avance del cambio climático y las tensiones internacionales, mantener esa posición no es un asunto resuelto: requiere inversiones, formación de expertos y una identidad antártica que atraviese la sociedad.

Chile es uno de los actores históricos en la gobernanza antártica y ha logrado consolidar una influencia regional basada en su ubicación estratégica, su presencia científica y su rol logístico. Sin embargo, los desafíos del siglo XXI obligan a repensar cómo el país defiende sus derechos en el continente blanco y cómo proyecta su rol en la cooperación internacional.

Pero este equilibrio no está garantizado. La Antártica concentra algunas de las reservas de recursos minerales y energéticos más grandes del planeta, y aunque su explotación está prohibida, existe la posibilidad de que, en 2048, cuando se cumplan los 50 años del Protocolo de Protección Ambiental, algún país proponga reabrir el debate sobre su futuro. Esto no es automático ni inevitable: solo ocurrirá si un Estado Partes Consultivas del Tratado Antártico lo solicita. A eso se suma la crisis climática, que acelera el deshielo, altera los ecosistemas y transforma los patrones climáticos a nivel global. Chile, con más de 6.000 kilómetros de costa directamente expuesta a los impactos antárticos, es uno de los países más vulnerables a estos cambios.

La geografía también juega a favor de Chile. Su territorio americano es el más cercano a la Antártica, lo que les otorga una ventaja estratégica indiscutible: la posibilidad de ser plataforma natural para la logística, la investigación y la cooperación internacional en el continente blanco. Esta cercanía es una carta clave que Chile debe aprovechar para proyectar su presencia y reforzar su rol en la región.

“La Antártica no es un paisaje lejano. Es parte de nuestro territorio, y defenderla es también defendernos a nosotros mismos: por soberanía, por ciencia, por medio ambiente y por futuro”, sostiene Luis Valentín Ferrada, profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Chile y director del Programa de Estudios Antárticos de esa casa de estudios; e investigador principal del Instituto Milenio Biodiversidad de Ecosistemas Antárticos y Subantárticos (BASE). Para Ferrada, la proyección de Chile en la región no depende solo de su ubicación geográfica, sino de decisiones estratégicas a largo plazo. “Tenemos un rompehielos excelente, pero ¿quién dijo que basta uno? Necesitamos más capacidades, más inversión, más formación. Todos nuestros diplomáticos deberían ser expertos en temas antárticos. Todas nuestras universidades deberían enseñar derecho antártico. Si no formamos a nuestras nuevas generaciones, vamos a perder la identidad y el interés en defender la Antártica”, advierte.

El desafío no es solo técnico o científico, sino también cultural. Ferrada lideró recientemente un estudio para la Cancillería que revela una brecha preocupante: la Antártica apenas tiene presencia en los programas de educación media, en muchas carreras universitarias y en la formación de profesionales clave. “Si no educamos a nuestra sociedad sobre la importancia de la Antártica, no vamos a tener las herramientas ni la voluntad para defenderla”, insiste.

En el plano internacional, Chile ha cultivado una relación compleja pero estratégica con Argentina, basada en la colaboración logística y propuestas conjuntas, como la creación de un área marina protegida en la península antártica. Sin embargo, Ferrada reconoce que la cooperación no es fácil: “En lo científico, cuesta colaborar. Tenemos culturas de trabajo distintas, maneras distintas de financiar y organizar la investigación. Pero no tenemos alternativa: estamos condenados a entendernos y tenemos que aprender a hacerlo mejor”.

El cambio climático es el gran telón de fondo. La Antártica regula el clima del planeta y es un termómetro global. Cualquier desastre ambiental allí impacta de lleno en Chile: en sus costas, en la corriente de Humboldt, en las pesquerías, en la seguridad alimentaria. “El sistema del Tratado Antártico es el régimen internacional más exitoso de la historia. Ha mantenido la paz en un continente entero durante más de 60 años. Pero no podemos ser ingenuos. Las tensiones existen, las potencias tienen intereses, y nosotros tenemos que estar preparados para defender nuestra posición”, advierte Ferrada.

Chile no parte de cero. Ha construido una base sólida: es una plataforma logística reconocida, tiene una diplomacia respetada en el sistema antártico, cuenta con capacidades científicas y una historia de más de seis décadas en la región. Pero como concluye Ferrada, el futuro no está garantizado. “La Antártica no espera. Si no fortalecemos nuestra presencia, si no invertimos más, si no formamos a las nuevas generaciones, otros llenarán ese espacio. Pero si hacemos las cosas bien, Chile puede seguir siendo un actor clave y una potencia regional antártica. Y eso es defender nuestro futuro”.