- La transición hacia una economía circular en América Latina exige mucho más que medidas ambientales: demanda un cambio profundo en la cultura productiva, en la forma de diseñar políticas públicas, en la manera de hacer empresa y en la valoración de los saberes locales, con miras a un desarrollo justo, regenerativo y adaptado a los desafíos del siglo XXI.
La economía circular se plantea como una respuesta integral frente al agotamiento de recursos, la contaminación y las desigualdades del modelo económico tradicional. En América Latina, muchos países han comenzado a implementar estrategias y programas que buscan cerrar ciclos, reducir desperdicios y repensar las formas de producción y consumo. Sin embargo, la concreción de estos objetivos implica superar barreras institucionales, culturales y tecnológicas que aún persisten en la región.
Inés Vázquez Boasso es Profesora Titular en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) de la Universidad de la República (UDELAR), donde se desempeña también como Directora del Departamento de Administración y Coordinadora de la Unidad Curricular de Economía Circular y la Unidad Curricular de Prospectiva EFI MICROCECEA. Para ella, el tránsito hacia un modelo verdaderamente circular requiere transformar los cimientos culturales y económicos de la región. “Transitar hacia la economía circular implica un cambio cultural muy fuerte que nos saca de los paradigmas donde lo importante era ser eficiente y asumir que los recursos eran infinitos”, afirma. En este nuevo enfoque, lo que importa es “cuidar a las personas, al planeta, la prosperidad, la paz y las instituciones”.
Si bien destaca que varios países de la región han avanzado en la formulación de estrategias nacionales, advierte que muchas de ellas carecen de la profundidad necesaria para generar cambios estructurales. “Necesitamos comprender de qué forma se puede avanzar hacia la sostenibilidad y la economía circular”, sostiene, y agrega que sin un conocimiento técnico más robusto, las políticas corren el riesgo de quedarse en el plano de las buenas intenciones.
Vázquez observa que las empresas tienen voluntad de sumarse a este proceso, pero enfrentan límites importantes, tanto por falta de información como por la presión de obtener resultados económicos inmediatos. “Los temores provienen de la premura en obtener resultados, que no permiten contar con los tiempos necesarios para la transformación”, señala. Por eso, destaca la necesidad de apoyos públicos que permitan invertir con visión de largo plazo y asumir riesgos de forma progresiva.
Un punto central de su análisis es el carácter cultural del desafío. A su juicio, la economía circular aún se percibe muchas veces como una obligación o una moda. “Se la ve desde el deber ser, de evitar contaminar, pero no se ven con tanta claridad las oportunidades que la economía circular trae”, explica. Y enfatiza que para lograr cambios duraderos se requieren ejemplos exitosos que puedan ser replicados y adaptados en otros territorios.
Desde una perspectiva institucional, reconoce avances en países como Uruguay y Chile, destacando la creación de programas específicos que promueven el desarrollo sostenible. “Creo que aún estamos lejos de contar con una institucionalidad específica para la economía circular, pero desde las agencias con que contamos se puede promover”, señala, y menciona iniciativas como Transforma Territorios Circulares y Oportunidades Circulares como pasos en la dirección correcta.
Para Vázquez, los conocimientos tradicionales y las prácticas comunitarias de América Latina ofrecen un terreno fértil para construir modelos circulares propios, adaptados a las realidades del continente. “Latinoamérica tiene una forma de vincularse con la naturaleza que le ha permitido desarrollar cierta armonía”, sostiene. Ejemplos como el uso comunitario de maquinaria agrícola o la reutilización de ropa infantil muestran, según ella, que “estamos más cerca de lo que creemos” de aplicar principios circulares de manera efectiva.
En materia tecnológica, identifica dos desafíos principales: conocer más y mejor las soluciones disponibles, y superar las barreras de acceso a través de modelos colaborativos. “La tecnología puede facilitar el camino hacia la economía circular, pero para tomar decisiones se necesita saber más”, advierte. Propone, por ejemplo, esquemas de compras compartidas entre emprendedores de un mismo sector para acceder a equipamiento clave.
Respecto al diseño de políticas públicas, Vázquez subraya la importancia de trabajar cada etapa con rigurosidad: “Resulta necesario procesar bien las distintas etapas de una política pública: el diseño, la implementación, la medición y, de la mano de la medición, lograr la mejora continua”. Además, insiste en la necesidad de garantizar el acceso efectivo a los programas de apoyo, especialmente para pequeñas y medianas empresas, muchas veces alejadas de los centros de decisión.
En cuanto a los sectores con mayor potencial de transformación, menciona la agroindustria —por su capacidad de adoptar prácticas regenerativas—, el sector textil —donde se impone la necesidad de rediseñar desde el origen—, y áreas como los plásticos, la movilidad y las energías renovables. “Las oportunidades existen en todos los sectores y son para empresas de todos los tamaños”, asegura. Más que replicar fórmulas externas, plantea la necesidad de construir soluciones desde lo local, con base en la cooperación, el conocimiento compartido y la confianza mutua.
“Cada vez creo más en la necesidad de sentar a la mesa a todos los actores que pueden contribuir con un sector para facilitar la transformación”, concluye. En ese sentido, propone pensar la economía circular no solo como una estrategia de eficiencia, sino como una apuesta por “una forma distinta de vivir”, más conectada con los territorios, con las personas y con el futuro del planeta.
