- El concepto de ciudad resiliente se consolida como eje estratégico para enfrentar los efectos del cambio climático en América Latina. La integración de criterios de sostenibilidad, economía circular y gobernanza territorial de largo plazo aparecen como desafíos urgentes para transformar nuestras urbes en espacios más flexibles, adaptativos y sostenibles.
La idea de ciudades resilientes ha cobrado protagonismo frente al creciente impacto de la crisis climática, especialmente en América Latina, donde las condiciones sociales, económicas y territoriales obligan a repensar los modelos urbanos desde una perspectiva más integral. En este escenario, la resiliencia no solo implica resistir catástrofes o adaptarse a emergencias, sino desarrollar una capacidad estructural para transformarse, aprender y anticipar futuros escenarios.
Este enfoque considera elementos claves como la memoria, la flexibilidad y la autotransformación. Una ciudad resiliente, en este sentido, es aquella capaz de recordar eventos anteriores, adaptarse a nuevas condiciones y rediseñar sus infraestructuras y modos de funcionamiento sin perder su esencia ni su capacidad de sostener la vida urbana en condiciones dignas.
Felipe Díaz Alvarado, académico del Departamento de Ingeniería Química, Biotecnología y Materiales (DIQBM) de la Universidad de Chile, investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2) y director académico del Diplomado de Economía Circular de la misma casa de estudios, destaca que “las ciudades rígidas, que no cambian su conducta, son frágiles frente a eventos externos”. A juicio del experto, esta rigidez —tanto institucional como infraestructural— es el principal obstáculo para construir ciudades sostenibles en el largo plazo.
Uno de los principales desafíos que enfrenta la planificación urbana en Chile es la fragmentación de la mirada ambiental. Según Díaz, las ciudades tienden a abordar los problemas por separado —residuos, contaminación, acceso al agua o a la energía— sin integrar sus causas y consecuencias. Esto impide pensar en sistemas urbanos como ecosistemas complejos interdependientes. En este contexto, repensar los abastecimientos y planificar con visión territorial a largo plazo son claves para reducir impactos ambientales y aumentar la seguridad ecológica y social de las ciudades.
En cuanto a la economía circular, Díaz plantea que existe una confusión extendida que reduce el concepto a reciclaje y gestión de residuos. “Eso representa apenas un 10% del problema. Lo más profundo está en el diseño”, señala. Esto implica cuestionar desde el origen la necesidad de producir ciertos materiales, extender la vida útil de los productos y pensar ciudades que sean “buenas vecinas” con su entorno. “Si parte de la materialidad de tus productos terminará siendo residuo, entonces es un diseño defectuoso”, sentencia.
El investigador enfatiza también el rol que puede y debe cumplir la ingeniería en este cambio de paradigma. A su juicio, la disciplina ha delegado históricamente el análisis de impactos ambientales a fases posteriores del diseño, lo que impide incorporar perspectivas sustentables desde el origen de los proyectos. “La oportunidad está en traer esas preguntas antes, en la etapa preliminar, y diseñar soluciones que no solo sean más eficientes, sino también más responsables con el entorno”, asegura.
Esta perspectiva crítica de la ingeniería requiere también un diálogo con otras disciplinas, especialmente con la filosofía, para revisar los supuestos de base. Uno de ellos, advierte Díaz, es creer que lo ambientalmente responsable siempre será más caro. “Eso es un defecto de diseño, no una regla natural”, afirma, agregando que existen múltiples ejemplos internacionales que demuestran que es posible innovar con los mismos presupuestos y tiempos, pero con mejores impactos.
En cuanto a modelos destacados en la región, Díaz menciona el caso de Natura en Brasil, empresa que rediseñó su cadena de producción en el Amazonas generando alianzas con comunidades indígenas. A través de acuerdos justos de recolección de frutos nativos, lograron proteger el bosque, sostener el conocimiento tradicional y diseñar un sistema regenerativo, que hoy es observado con interés desde otras latitudes.
Finalmente, Díaz insiste en que la clave está en cambiar las preguntas que guían el diseño. “Si no evaluamos seriamente y seguimos creyendo que ciertas acciones son mejores solo por intuición, seguiremos replicando errores del siglo XX. La sostenibilidad real requiere pensamiento crítico, interdisciplinariedad y valentía para rediseñar desde el origen”.
