Editorial por Ximena Moya.
En esta edición de octubre, nos hemos enfocado para generar un espacio de visibilización, y traer al diálogo nacional, aquellos temas complejos que, como sociedad, no nos detenemos a mirar y pasamos rápidamente para evitar su incomodidad. La aceptación de la diferencia del pensar y concebir, la vulnerabilidad de la vejez o de las comunidades rurales e indígenas, como también, de los ecosistemas, el aislamiento territorial, la delicada salud de la democracia, por nombrar algunos. No se ven, pero están ahí, permanecen latentes. Por ello, tenemos la urgencia de visibilizar nuestras zonas oscuras y traer a la conversación cotidiana, nuestras prioridades y estándares de bienestar como personas y como sociedad.
Veamos, en octubre celebramos a los adultos mayores, pero invisibilizamos la vejez la mayor parte del tiempo. Recientemente, hemos sido impactados, a nivel nacional, con la noticia del hallazgo de una persona mayor fallecida sobre su cama desde hace al menos 6 años. Conmovedor y amargo. Nos devela la nula importancia que tenemos cuando no producimos, la ausencia de hijos, familia, de vecinos, amigos, como también, y muy notoriamente, la precariedad del sistema público y Estado. Nadie en todo el país noto su ausencia, hasta que una fuga de agua interrumpió el cotidiano bienestar de todos. De haber estado trabajando, sus colegas y jefa/e, al primer día, se habrían preguntado dónde estaba, por qué no llegó, qué pasó, pero al no tener una labor remunerada también dejó de ser extrañable, de ocupar un lugar. La pandemia nos mostró crudamente lo mismo, al dejar en evidencia que, los adultos mayores de todos los estratos socioeconómicos y comunas, incluidas las de mayores ingresos, estaban solos, sin poder salir, y peor aún, sin nada para comer, pero eso ya se desvaneció.
Ignoramos el ciclo de la vida, nacer, crecer, desarrollarse y morir, que con tanta pasión nos enseñaban nuestras profesoras/es en primer año básico. Me olvidé de vivir, también nos cantaba Julio Iglesias en el Festival de Viña del Mar hace montones de años. Y puede ser esta última, la causa más importante que impacta sobre nuestro entender y actuar con desidia a nivel cultural. Fuimos niños y seremos mayores. En el intermedio no vemos que la vejez con los cambios en nuestra mente y cuerpo serán un hecho cierto muy pronto, y que perteneceremos a uno de los grupos más descuidados y vulnerables. Tener buena salud, dieta mediterránea, actividades que realizar diariamente, caminar, tener un propósito de vida, participar activamente en la comunidad, contar con una red de soporte, sentir afecto, son los elementos que nos harán personas felices de vivir, sanas y longevas, como también nos harán parte de un colectivo identitario, para preservar y trascender en la vida.
Necesitamos bases más sólidas sobre las cuales fundar el desarrollo económico, social y tecnológico. Requerimos volver la vista hacia la felicidad, nuestra vida en comunidad, para resituar el vínculo entre personas, el clan y su terruño, como los mamíferos sociales que somos.
Nos corresponde como sociedad, tangibilizar lo invisible, generar los espacios para hablar e integrar todo y a todos los que hemos olvidado, desarrollar herramientas que estén al servicio de nuestras vidas. Así como a nivel personal, trabajar activamente en nuestros propósitos de vida. Debemos aprender que la felicidad es un objetivo central irrenunciable de nuestro bienestar, que debe ser incluido en las políticas públicas, privadas, la economía, tecnología y desarrollo social. Vivir plenamente cada día, y no dejar de hacerlo, felices, queridos y acompañados, hasta nuestro último suspiro.