El aislamiento y las condiciones extremas se convierten en desafíos cotidianos que la economía circular debe asumir. En estos lugares, todo cuesta más. El traslado de materias primas, la gestión de residuos, la conexión con centros de innovación, la energía, el agua. La infraestructura escasea y los sistemas logísticos son acotados. Sin embargo, esas mismas condiciones la vuelven especialmente potente. Reutilizar, valorizar, rediseñar y recuperar dejan de ser conceptos aspiracionales para convertirse en prácticas esenciales de sobrevivencia y autonomía.
No se trata únicamente de reciclar botellas o separar residuos. Hablamos de procesos que redefinen el uso de cada recurso local, convierten pasivos ambientales en activos productivos, articulan soluciones tecnológicas y le agregan identidad territorial. En contextos donde importar una solución puede duplicar el costo, la innovación local es parte del hacer permanente, que no aspira a reconocimientos sino a resolver.
Lo circular, entonces, adquiere una dimensión como política de desarrollo. Permite reducir la dependencia de mercados distantes, fortalecer economías locales y generar conocimiento desde las periferias. Cada residuo transformado en materia prima, cada máquina adaptada para recuperar energía, o cada producto que nace del descarte, es también una potente muestra de autonomía y sostenibilidad. Es decir: aquí resolvemos y nos hacemos cargo de nuestros problemas. Podemos hacerlo, con lo que tenemos y sabemos.
Por eso es fundamental que las políticas públicas, los instrumentos de fomento y las universidades miren con detención lo que está ocurriendo en estos territorios. Allí donde las condiciones son más adversas, se están gestando soluciones ingeniosas, brillantes por dominar la complejidad y transformarla en soluciones sencillas y replicables. En la economía circular no solo hay una oportunidad ambiental, sino una oportunidad de desarrollo territorial amplificable y resiliencia.
En un país extenso, fragmentado y diverso, pensar circular es también cambiar de enfoque, esta vez desde lo particular a lo general. Y hacerlo puede ser, paradójicamente, el punto de inicio de la gran transformación que necesitamos.
