- Los microorganismos que habitan ecosistemas polares como la Antártica no son una curiosidad lejana, sino un engranaje esencial en la estabilidad del clima global. Su estudio permite entender cómo la vida se adapta a condiciones extremas y anticipar las respuestas de los ecosistemas frente al cambio climático.
Bajo el hielo y la nieve, en suelos congelados y ambientes con alta radiación ultravioleta, la vida persiste. En la Antártica, los microorganismos son muchas veces los únicos habitantes que sostienen los ciclos biogeoquímicos esenciales: el carbono, el nitrógeno y el fósforo. Comprender cómo sobreviven y funcionan en estas condiciones extremas permite entender las respuestas de los ecosistemas al cambio climático, un conocimiento que abre la puerta a soluciones innovadoras en biotecnología, medicina y conservación ambiental. Estos microorganismos no solo resisten, sino que su actividad influye directamente en procesos globales, como el flujo de gases de efecto invernadero, incluyendo el metano y el óxido nitroso.
Julieta Orlando, académica de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, presidenta de la Sociedad de Microbiología de Chile y directora alterna del Instituto Milenio Biodiversidad de Ecosistemas Antárticos y Subantárticos (BASE), es una de las científicas chilenas que trabaja para desentrañar estas dinámicas invisibles. Desde su experiencia en microbiología ambiental en zonas polares, explica que “los microorganismos son los verdaderos protagonistas silenciosos de los ecosistemas. Están en el centro de los procesos ecológicos fundamentales, y estudiar su comportamiento nos permite comprender cómo los ecosistemas responden, y potencialmente se adaptan, frente al cambio climático”.
Orlando subraya que estas investigaciones no son solo de interés científico, sino que tienen aplicaciones concretas. El estudio de los microorganismos en condiciones extremas permite, por ejemplo, descubrir enzimas activas en frío o microbios capaces de degradar microplásticos en ambientes hostiles. También, al analizar las comunidades microbianas que viven en los suelos afectados por la fauna local, como los pingüinos, es posible entender cómo se regula la biodiversidad en un ecosistema frágil y cambiante.
Chile, por su cercanía a la Antártica, tiene una responsabilidad particular en este campo de estudio. “Somos una puerta de entrada natural a la Antártica. Pero para que esa ventaja se traduzca en soberanía científica real, necesitamos una inversión sostenida en capacidades propias: formar nuevas generaciones de investigadores, consolidar infraestructura polar, fortalecer la logística y, sobre todo, producir conocimiento robusto y con proyección internacional”, afirma Orlando.
La microbióloga también insiste en la importancia de que Chile ejerza un liderazgo científico informado para participar activamente en las decisiones sobre el futuro del continente blanco. “La Antártica no es un territorio aislado del resto del planeta: es un engranaje esencial en el sistema climático global y un reservorio de biodiversidad única que influye directamente en la salud de nuestros ecosistemas y sociedades”, advierte. El deshielo, por ejemplo, tiene impactos directos en el nivel del mar y en los patrones de lluvias en regiones tan distantes como Sudamérica, África o Asia.
Pero la mirada de Orlando no se limita a la ciencia de frontera. También cree que es fundamental acercar la investigación antártica a la ciudadanía, especialmente a niños y jóvenes, para despertar vocaciones científicas. “La Antártica no es solo un paisaje lejano cubierto de hielo: es un ecosistema vivo, dinámico, que guarda claves sobre el origen, la adaptación y la resiliencia de la vida”, dice. Para ella, es clave mostrar los rostros detrás de la investigación y visibilizar que, en Chile, personas diversas lideran investigaciones en uno de los ambientes más extremos del planeta. “Si logramos despertar esa conexión emocional e intelectual con la ciencia antártica, muchas y muchos querrán sumarse a esta aventura del conocimiento que no solo nos lleva al fin del mundo, nos conecta con el corazón mismo del planeta que habitamos y debemos proteger”, concluye.
