- En los diez años del Centro de Biotecnología y Bioingeniería (CEBiB), sus equipos han logrado desarrollar soluciones innovadoras a partir de microorganismos y algas. Aunque muchas soluciones tienen alto potencial, no siempre se adoptan de inmediato, ya que las industrias biotecnológicas en Chile aún están en desarrollo, con algunos sectores, como la salud o la veterinaria, más avanzados que otros.
La transferencia tecnológica es uno de los eslabones más complejos en la cadena que une la ciencia con la sociedad. Lo saben bien en el CEBiB, un centro basal chileno con diez años de trayectoria que articula a investigadores de cinco universidades públicas de Antofagasta a Los Lagos.
María Isabel Guerra, ingeniera civil industrial con estudios de postgrado en gestión de la innovación en Suecia, es la directora de transferencia tecnológica del CEBiB. Su diagnóstico es claro: “Hay soluciones, hay ciencia, pero muchas veces no hay una industria lista para absorberlas”.
Desde sus laboratorios ubicados en zonas tan diversas como el altiplano nortino o la costa sur, el CEBiB ha desarrollado tecnologías basadas en microorganismos extremófilos y algas nativas, apuntando a sectores como la salud acuícola, la industria alimentaria o la bioeconomía. En todos los casos, buscan “hacer ciencia de frontera con sentido de aplicación”, como resume Guerra.
Dos caminos, un solo objetivo
En su labor diaria, el área de transferencia tecnológica opera tanto desde la oferta como desde la demanda: a veces un equipo de investigación detecta un hallazgo potencialmente aplicable (“technology push”), y otras veces es una empresa quien plantea un problema para resolver (“market pull”). Ambas rutas exigen metodologías de innovación, lenguaje compartido y una alta dosis de confianza mutua.
“Lo técnico es solo una parte del camino. La confianza comienza desde las personas y fortalece la relación entre instituciones”, recalca Guerra. Por eso, en el CEBiB han optado por una estrategia de “colaboración progresiva” con las empresas: parten con proyectos breves o servicios de caracterización, para luego escalar hacia desarrollos de mayor envergadura.
Un ejemplo positivo es la relación con empresas como Novapro, Nactive y Veterquimica, con quienes han ejecutado múltiples iniciativas. En el extremo opuesto, también hay casos en que la mejor decisión ha sido reevaluar. “Tuvimos un proyecto en que la solución era técnicamente viable, pero la inversión que requería su implementación no era rentable para la empresa. Decidimos no continuar. La transparencia mantiene la relación”, explica.
Hacia una cadena de valor biotecnológica
El próximo paso, y quizás el mayor desafío, es consolidar una cadena de valor robusta en biotecnología. Porque no basta con tener una buena idea o incluso un prototipo validado: se necesita quien produzca, quien escale, quien comercialice.
La reciente creación de una Estrategia Nacional de Biotecnología, que será presentada oficialmente este 25 de julio, parece ser una señal positiva. Pero para que la transferencia tecnológica no quede solo en el discurso, se requiere inversión, voluntad política y sobre todo, colaboración entre múltiples actores. Como concluye Guerra, “la ciencia puede avanzar, pero si no hay con quién transferirla, se queda en el laboratorio. Y eso es una oportunidad perdida para el país”.