El cambio climático está acelerando la necesidad de tomar medidas inmediatas para proteger la Antártica, uno de los últimos bastiones de conservación del planeta. En medio de un contexto global cada vez más polarizado y marcado por conflictos, la región de Magallanes ha asumido un rol clave como ciudad custodia de este continente único. Las autoridades y expertos de la región coinciden en que la preservación de la Antártica no solo es una cuestión científica, sino una tarea compartida que implica a la sociedad en su conjunto.
Marcelo González, jefe del Departamento Científico del Instituto Antártico Chileno (INACH), señaló la importancia de esta conexión. «La población de Magallanes tiene una responsabilidad única para preservar la historia de la Antártica. Punta Arenas, como ciudad custodia, debe asumir el desafío de reducir sus emisiones, impulsar energías renovables y convertirse en un referente en la lucha contra el cambio climático». Esta ciudad, situada en la puerta de entrada a la Antártica, enfrenta una doble tarea: proteger este delicado ecosistema y al mismo tiempo liderar la transición hacia un modelo de desarrollo más sostenible.
González enfatiza que la preservación de la Antártica no es solo una cuestión de proximidad geográfica, sino de relevancia global. «Cuando se debilita el vórtice polar, tenemos estas olas de frío que no veíamos en la región desde hace 40 años, y estamos viendo fenómenos extremos como olas de calor. Estos eventos tienen un impacto en cascada que afectará directamente nuestras costas, con el aumento del nivel del mar debido al derretimiento de los hielos en la Antártica».
La importancia de cuidar este continente va más allá de sus fronteras. Los efectos del cambio climático en la Antártica, como el derretimiento del hielo y el aumento del nivel del mar, ya están afectando a Chile. González advierte que «las playas en el centro norte de Chile están reduciéndose, y quizás se reducirán más si no actuamos ahora». El impacto global del calentamiento en la región subraya la necesidad de una respuesta coordinada a nivel internacional, y aquí entra en juego uno de los aspectos más importantes: el Tratado Antártico.
«El Tratado Antártico es un modelo único de gobernanza global, donde las ciudades en conexión con la Antártica tienen la responsabilidad de preservar este continente para la paz y la ciencia», explica González. Este tratado, vigente desde 1961, establece que la Antártica debe ser utilizada únicamente para fines pacíficos y de investigación, un acuerdo sin precedentes en un mundo cada vez más fragmentado.
Edgardo Vega, director ejecutivo de la Fundación Antártica de Estudios, refuerza esta idea al mencionar que Chile tiene un papel clave en el contexto antártico. «Chile podrá ser un país pequeño en muchos aspectos, pero en lo antártico somos un actor relevante. Potencias como Estados Unidos, China, Reino Unido y Corea buscan hacer alianzas con nosotros por nuestra cercanía y por el programa científico de calidad que tenemos en la región de Magallanes», asegura.
Sin embargo, a pesar de estos avances y de las oportunidades que ofrece la Antártica para la investigación científica, persisten brechas. Vega, quien moderó la Mesa de Educación y Cultura en un reciente encuentro sobre la Antártica, destaca los desafíos en este ámbito. «La tentación más grande es decir que debemos incorporar la Antártica en el currículum escolar y llegar a los jóvenes. Este es un camino largo y complejo, pero necesario. El tema antártico no es solo científico, también es político, y requiere la participación de diversas instituciones», comenta.
La educación juega un rol central en este proceso. Según Vega, «es necesario que los jóvenes y los líderes actuales, tanto en esferas políticas, económicas como sociales, comprendan la importancia de la Antártica. Las decisiones que tomemos hoy afectarán el futuro de nuestros hijos y nietos, porque la Antártica regula el clima mundial». Esta es una de las principales razones por las que se insiste en integrar la Antártica en la conciencia colectiva y en los planes educativos del país.
La relación entre las acciones cotidianas y la preservación de la Antártica también es un punto clave. «Para cuidar la Antártica no basta con ir allá y proteger el hielo», aclara González. «Cuidar la Antártica implica tomar decisiones en nuestro día a día, desde cuánto tiempo pasamos en la ducha hasta la cantidad de combustible fósil que consumimos. Todas nuestras acciones tienen un impacto en el continente, ya sea directa o indirectamente». Este tipo de conciencia ambiental es crucial para mitigar los efectos del cambio climático y proteger el delicado equilibrio de la región antártica.
Ambos expertos coinciden en que las alianzas internacionales son esenciales para lograr una conservación efectiva. Como señala Vega, «el futuro de nuestros bisnietos depende de las decisiones que tomemos hoy respecto a la Antártica. Este continente es clave para el futuro del planeta, y solo a través de una acción coordinada entre naciones podremos preservar su papel como regulador climático global».
En definitiva, la Antártica es mucho más que un territorio remoto. Es un termómetro del cambio climático, un laboratorio para la ciencia y un ejemplo de cooperación internacional. Las ciudades cercanas, como Punta Arenas, tienen la responsabilidad de liderar en la adopción de energías renovables y en la creación de un modelo de desarrollo sostenible que pueda ser replicado en otras partes del mundo. Mientras tanto, la ciencia y la política deben seguir trabajando de la mano para garantizar que este continente siga siendo un símbolo de paz, ciencia y conservación para las futuras generaciones.