- Desde la electromovilidad hasta la minería, distintos sectores productivos se están viendo enfrentados a una transformación tecnológica que va más allá de la adopción de dispositivos. La articulación entre academia, industria y Estado se vuelve crucial para que la innovación no quede encapsulada en prototipos o papers. La experiencia de un centro impulsado desde la Universidad de Chile revela los nudos, aprendizajes y apuestas detrás de este proceso.
La electromovilidad se ha convertido en una palabra habitual en los discursos sobre modernización energética, sostenibilidad o transporte del futuro. Pero pocas veces se aborda desde su dimensión más compleja: la necesidad de construir sistemas inteligentes, institucionalidades flexibles y relaciones de largo plazo entre actores que históricamente han operado de manera aislada. En Chile, ese desafío se vuelve especialmente exigente cuando se cruza con sectores estratégicos como la minería, la logística o la generación de energía.
En ese cruce opera el Centro de Aceleración Sostenible de Electromovilidad (CASE), una iniciativa nacida al alero de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, seleccionada por CORFO para recibir financiamiento inicial a través de Aportes I+D, y que hoy despliega un trabajo interdisciplinario con impactos en múltiples escalas. Su director, el académico Marcos Orchard, lo define como una unidad que “busca acelerar la adopción de tecnologías electromóviles en base al desarrollo de soluciones a problemas concretos, articulando alianzas sostenidas entre el mundo público y privado”.
“Se trata de un proceso más complejo que el mero desarrollo de tecnología seguido de la búsqueda de posibles adoptantes. Nuestra lógica parte de una necesidad concreta, de un problema real identificado en la industria o en el territorio. A partir de ello, articulamos conocimiento y capacidades, desarrollamos algoritmos e implementamos pilotos de prueba. La transferencia tecnológica es, en esencia, un esfuerzo colectivo, no una simple entrega de soluciones empaquetadas”, afirma Orchard.
Desde las baterías a la minería: un mapa de problemas concretos
Uno de los ejes que ha marcado el trabajo del centro es el desarrollo de inteligencia en torno a los sistemas de almacenamiento de energía, en especial las baterías de vehículos eléctricos. A diferencia de lo que ocurre con los combustibles fósiles, donde la autonomía y potencia son relativamente predecibles, los dispositivos electromóviles requieren monitoreo constante y capacidad de adaptación.
“No debe soslayarse el hecho de que las baterías continúan siendo una tecnología en proceso de maduración, con múltiples aspectos aún desconocidos para la mayoría de los usuarios. Esta brecha de conocimiento incide directamente en la forma en que se utilizan, se perciben y se adoptan estas tecnologías en distintos contextos de uso. Un ejemplo ilustrativo es el caso de usuarios de bicicletas eléctricas que experimentan desconexiones al enfrentar pendientes, a pesar de que el indicador de carga muestra energía disponible. Este fenómeno no obedece a una falta de energía, sino a una limitación de potencia. Cuando esta distinción no se comprende adecuadamente, la experiencia del usuario se ve afectada negativamente, lo que puede llevar al abandono de la tecnología. Es precisamente en estos espacios donde nuestro trabajo adquiere relevancia”, explica el académico.
Este tipo de situaciones se vuelve aún más crítica en entornos de alta exigencia, como la operación en minería subterránea. En este contexto, es importante destacar que la colaboración entre el Centro de Aceleración Sostenible de Electromovilidad (CASE) y el Advanced Mining Technology Center (AMTC) de la Universidad de Chile ha dado lugar a una alianza fructífera que ha permitido avanzar, por ejemplo, en el diseño de soluciones orientadas a caracterizar el comportamiento de flotas de vehículos mineros eléctromóviles. Estas soluciones consideran variables clave, como el monitoreo en tiempo real de la autonomía, la capacidad de carga, el rendimiento operativo y la degradación de las baterías.
“Se trata de contextos en los que la electromovilidad se vincula directamente con el núcleo de los procesos productivos. Si un camión eléctrico operado con baterías no alcanza a entregar la potencia requerida, se genera un efecto en cascada que impacta negativamente a toda la cadena operacional. En estos escenarios, el desarrollo tecnológico adquiere un rol estratégico, al habilitar la toma de decisiones informadas a partir de los datos y capacidades de monitoreo que dicho desarrollo proporciona”, comenta Orchard.
Los límites del sistema y la necesidad de reformular las reglas
Pero no todo fluye con la velocidad deseada. La experiencia acumulada ha evidenciado también los límites estructurales del ecosistema de innovación chileno. Las fuentes de financiamiento están fragmentadas, los marcos regulatorios son rígidos y la cultura institucional en muchos casos se rige, en palabras de Orchard, “por una lógica de desconfianza en torno al uso y gestión de los recursos disponibles”.
“La asignación de recursos no sólo suele ser limitada, sino que además es acompañada de un nivel de control excesivamente riguroso. Se observa un sesgo hacia la micro-gestión, con requisitos estrictos que dificultan la adaptación o cambio de dirección durante el desarrollo. En proyectos de innovación, la capacidad de redireccionar el esfuerzo no solo es inevitable, sino deseable, ya que con frecuencia el valor emerge en líneas que no estaban contempladas en el plan original. La falta de flexibilidad puede, en consecuencia, obstaculizar e incluso extinguir el potencial innovador desde sus primeras etapas”.
Otro aspecto crítico es la sostenibilidad del trabajo científico-tecnológico a lo largo del tiempo. Según Orchard, resulta urgente seguir potenciando estructuras de financiamiento estables que permitan el desarrollo continuo de proyectos de I+D+i+TT. Un ejemplo destacado de política pública exitosa en este sentido son los centros basales financiados por ANID, los cuales facilitan la conformación de equipos con visión de largo plazo, evitando que los investigadores deban destinar una proporción significativa de su tiempo a la búsqueda constante de recursos para mantener sus actividades.
“No es sostenible que los profesionales más capacitados del país dediquen gran parte de su tiempo y energía a postular anualmente a fondos pequeños y fragmentados. Ese esfuerzo debería orientarse a la resolución de problemas, no a la supervivencia administrativa. Si el sistema no experimenta cambios estructurales, seguiremos perdiendo talento y desaprovechando recursos en proyectos que se interrumpen justo cuando están a punto de consolidarse”, advierte.
En esa línea, el académico también cuestiona la visión instrumental de la innovación, que espera que todo desarrollo genere resultados inmediatos, sin considerar los procesos a largo plazo ni la necesidad de experimentar y aprender a partir del fracaso. “El desarrollo tecnológico implica una apuesta estratégica. No basta con disponer de litio para garantizar la fabricación exitosa de baterías, así como no es suficiente tener frutas para elaborar postres de alta cocina. Es fundamental identificar nichos reales de mercado y construir alianzas con socios adecuados. Para ello, es necesario aceptar el fracaso como una parte inherente y valiosa del proceso de innovación”, sostiene.
Un llamado a rediseñar el vínculo entre ciencia y desarrollo
CASE se concibe como un espacio de articulación entre mundos que aún no se comprenden plenamente: la universidad, los proveedores tecnológicos, las empresas productivas y el Estado, cada uno con sus propios lenguajes, tiempos y prioridades. Facilitar que esta conversación se desarrolle de manera honesta, sostenida y orientada a resultados concretos constituye, quizás, el principal logro alcanzado por el centro hasta la fecha.
“Desde la universidad, nuestro centro no pretende, evidentemente, reemplazar a los actores de la industria ni competir con los proveedores tecnológicos. Más bien, se centra en articular y posicionarse en el corazón del sistema, generando inteligencia útil en el momento oportuno, de modo que las decisiones puedan ser más informadas y acertadas. Esa es nuestra apuesta, y en ese espacio confiamos en poder generar un impacto significativo”, concluye Orchard.
En este sentido, consideramos que la adopción de la electromovilidad no sólo representa un nicho tecnológico en expansión, sino que también constituye una oportunidad para reflexionar sobre el país que se desea construir, las relaciones que es necesario transformar y las capacidades que deben ser reconocidas, valoradas y proyectadas a largo plazo.