Chile ha dado pasos significativos en su compromiso con el desarrollo de energías renovables, estableciendo políticas y normativas que apuntan a una transición energética hacia una matriz más limpia. Desde las primeras regulaciones en los 2000, como la Ley Corta I y II y la Ley de Energías Renovables, hasta la actual Política Energética 2050, el país ha definido una ambiciosa hoja de ruta para reducir sus emisiones y mitigar los efectos del cambio climático. Estas políticas no solo promueven el uso de tecnologías sostenibles, sino que, a través de la descarbonización, buscan cerrar gradualmente las centrales de carbón, una medida central en los planes de sostenibilidad.
La Política Energética 2050, por ejemplo, constituye un marco fundamental para Chile, desarrollada de manera participativa y revisada mediante Evaluación Ambiental Estratégica (EAE). Esta política no solo ha sido un «esfuerzo ejemplificador en la integración de actores del sector público y privado» sino que también subraya la urgencia de la transición energética, alineándose con los compromisos internacionales de reducción de gases de efecto invernadero, comenta Manuel Díaz, del Centro de Energía de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. A pesar de estos logros, se reconoce que aún persisten desafíos significativos en este ámbito, especialmente en términos de dependencia de combustibles fósiles, que aún representan cerca del 65% de la matriz de energía primaria del país. Esta dependencia incrementa las emisiones de CO₂ y encarece los costos de generación, planteando la necesidad de acelerar la transición a energías limpias.
Además de los avances en políticas, Chile enfrenta obstáculos en infraestructura de transmisión, esencial para la expansión de las energías renovables. La falta de «infraestructura de transmisión adecuada ha sido un problema recurrente para los generadores de energía, quienes deben verter parte de su producción por no contar con capacidad de transporte suficiente,» añade Díaz. Para resolver esta limitación, se propone el desarrollo de líneas de transmisión avanzadas y tecnologías de almacenamiento, como baterías y sistemas de electrónica de potencia, además de fomentar la «participación de la demanda» en los usuarios finales, lo cual ayudaría a optimizar el uso y la distribución de energía renovable.
La educación y la concientización pública también juegan un papel crucial en esta transición. Al informar sobre los beneficios de las energías limpias, se fomenta una mayor aceptación y uso de estas fuentes. Chile ha promovido esta concientización a través de proyectos como SERC Chile y Ayllu Solar, que incluyen materiales educativos dirigidos al público general y al sistema escolar, enfocados en energía solar. A nivel de formación profesional, si bien los egresados de carreras energéticas poseen conocimientos técnicos, existe una necesidad de integrar una visión más amplia y actualizada del sector, especialmente en habilidades vinculadas a la industria 4.0 y digitalización, afirma Manuel Díaz, destacando la importancia de adaptar los programas educativos a las demandas actuales de la transición energética.
En términos de investigación, el avance en energías limpias también requiere de un enfoque continuo en áreas críticas. La investigación en almacenamiento de energía, como baterías de litio y el hidrógeno verde, es esencial para hacer un uso más eficiente de la energía renovable y asegurar la estabilidad de la red. Asimismo, el desarrollo de vehículos eléctricos y redes eléctricas inteligentes y adaptables son parte de los objetivos de largo plazo para una matriz energética resiliente y accesible.