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Zonas costeras: el rostro más vulnerable de la crisis climática en Chile

  • Marejadas intensas, el aumento del nivel del mar y la contaminación están transformando las costas chilenas en una zona crítica donde convergen el impacto del cambio climático y la acción humana. Las comunidades costeras, que dependen del mar para su subsistencia, ven cómo se deterioran sus recursos, mientras los ecosistemas marinos enfrentan pérdidas irreparables.

Chile, con más de 4.000 kilómetros de costa, vive entre la riqueza de su mar y las amenazas que emergen de su manejo inadecuado. Las zonas costeras, donde reside una parte significativa de la población y se concentran actividades económicas como la pesca, el turismo y la navegación, enfrentan una alta vulnerabilidad ante fenómenos como marejadas, acidificación del océano y el calentamiento global. Laura Farías, oceanógrafa de la Universidad de Concepción, analiza los riesgos, los desafíos y las posibles soluciones para estas áreas que son esenciales para el país.

Según Laura Farías, estas áreas no solo están expuestas a las amenazas naturales del cambio climático, sino que también sufren el impacto acumulado de la contaminación, la sobreexplotación de recursos y un desarrollo costero mal planificado. “Las zonas costeras son extremadamente vulnerables porque reúnen una combinación de amenazas climáticas y humanas”, señala Farías. La fórmula de vulnerabilidad —que considera la amenaza, la exposición y la capacidad adaptativa— muestra un panorama crítico. Regiones como la zona central de Chile, con alta densidad poblacional y una intensa actividad económica, son especialmente sensibles. Infraestructuras clave, como puertos y caletas, sufren daños recurrentes debido a las marejadas, mientras playas y sistemas costeros pierden biodiversidad por la erosión y la sobreexplotación.

El impacto de las marejadas y la erosión costera

Las marejadas, aunque son un fenómeno global, tienen efectos diferenciados dependiendo de la región. Laura Farías explica que áreas como Valparaíso, Talcahuano y Algarrobo, con alta concentración de infraestructura y población, son las más afectadas. “En la zona central, donde hay mayor exposición, las marejadas están causando erosión, destrucción de infraestructura y alteración de la morfología costera. Esto pone en riesgo tanto a las comunidades como a los ecosistemas marinos y terrestres asociados”, comenta.

Además, las alteraciones en las dinámicas del océano no solo afectan la infraestructura, sino también los recursos naturales. La acidificación del agua, producto del cambio climático, impacta gravemente a organismos marinos con estructuras calcáreas, como corales y moluscos, esenciales para la biodiversidad y la economía local. Aunque en Chile no se encuentran grandes arrecifes coralinos como en zonas tropicales, existen corales de profundidad y otras especies que dependen de ecosistemas saludables para sobrevivir.

Planes y soluciones: un camino en construcción

A pesar del sombrío panorama, Farías destaca que existen avances en materia de planificación costera. Desde 2020, Chile ha incorporado planes de adaptación en zonas costeras como parte de los compromisos internacionales del Acuerdo de París. Estos planes, gestionados por el Ministerio del Medio Ambiente, reconocen la importancia de proteger la costa como un ecosistema complejo y vital. Sin embargo, su implementación ha sido limitada. “Aunque las políticas públicas están en marcha, suelen avanzar lentamente y con resultados tímidos frente a la magnitud de las amenazas”, señala Farías.

Una de las propuestas más prometedoras son las soluciones basadas en la naturaleza, que buscan proteger los ecosistemas mientras se mitigan los impactos climáticos. “Sabemos que los bosques de macroalgas, además de ser hábitat de muchas especies, tienen la capacidad de amortiguar la fuerza de las marejadas. Conservar estos bosques no solo protege las zonas costeras, sino que también contribuye a la producción de oxígeno y al mantenimiento de la biodiversidad”, explica.

El rol de la educación y la sociedad

Uno de los mayores retos para enfrentar esta crisis es la falta de educación e información sobre la importancia del océano. Farías subraya que, históricamente, el sistema educativo chileno ha priorizado el conocimiento sobre ecosistemas terrestres, dejando de lado el estudio y la valoración del océano. “Si no somos conscientes de cuánto dependemos del océano y de los servicios ecosistémicos que nos ofrece, difícilmente actuaremos para protegerlo. La educación debe ser el punto de partida para sensibilizar a la sociedad”, indica.

La experta también menciona que la falta de participación ciudadana en la protección de las costas limita los esfuerzos para abordar los problemas. “Es crucial que las comunidades costeras sean empoderadas, no solo para cuidar sus recursos, sino también para exigir políticas efectivas que aseguren su bienestar a largo plazo. La gobernanza debe incluir a quienes viven y dependen del mar”, agrega.

El futuro: entre la acción y la inacción

Si no se toman medidas urgentes, el panorama para las zonas costeras de Chile en las próximas décadas es desalentador. Farías advierte que ya se observan señales claras de los efectos del cambio climático: playas erosionadas, disminución de los recursos pesqueros, alteración de la distribución de especies marinas y conflictos crecientes entre la pesca industrial y artesanal. Además, la disminución de los caudales de agua dulce que llegan al mar está alterando las dinámicas oceánicas, con consecuencias imprevisibles para los ecosistemas.

“A pesar de que Chile no enfrentará una amenaza tan grave por el aumento del nivel del mar como otros países insulares, los cambios que ya estamos viendo tendrán un impacto profundo en las comunidades costeras y en la economía del país. La evidencia científica está disponible, pero muchas veces no se usa al tomar decisiones políticas. Esa desconexión es preocupante”, afirma.

Para Farías, el primer paso es reconocer que todos somos parte del problema, pero también parte de la solución. “Aunque las decisiones finales no estén en nuestras manos, la consciencia colectiva y la educación pueden marcar la diferencia. Solo con un cambio de actitud y un compromiso real podremos garantizar un futuro más sostenible para nuestras costas y nuestras comunidades”, concluye.

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